viernes, 26 de mayo de 2017

EL SALVAJE OESTE... ESPAÑOL


 


(Entrada publicada en El viento de mis velas el 25/11/2014)



Me estoy creciendo. Dije dos entradas atrás que lo que buscan los nacionalistas catalanes es que Barcelona sea la capital de España, y van el PP y el PSOE y coquetean con la idea de trasladar instituciones del Estado a Cataluña. Proponen que el Senado; yo digo que también el Consejo de Ministros, las diputaciones, TVE con Mariló Montero incluida y todos los canales autonómicos. ¡Ah!, y podemos extraditar a los creadores de la telebasura, todos catalanes: la Trinca, Javier Sardá, Jorge Javier Vázquez, Mercedes Milá, Javier Cárdenas... así, cuando se independicen, se quedarán con la morralla y los demás empezaremos de cero.

Días después hablé de la falta que hace, para el caletre y la cartera, que haya más ficción histórica en España, aprovechando mismamente nuestra Historia; pues va Scorsese y anuncia un proyecto sobre Hernán Cortés con Benicio del Toro de cómplice. Estoy por ir a comprar lotería...

 ¿Por qué no hemos producido en España historias con los conquistadores? Ya propuse un par de explicaciones en una entrada anterior : presupuestos mezquinos, vanidad hidalga y, claro , ausencia de espíritu comercial. Y en el caso de los personajes históricos que tuvieron que ver con Iberoamérica, sentimiento de culpa e ignorancia. Como nos sentimos culpables, echamos un velo sobre aquellos capítulos y corremos a disculparnos.

Lo del sentimiento de culpa me parece trivial y ajeno: un arma usada por nacionalismos distintos del español, si es que hay algo con este nombre -nacionalismo español- más allá de un caricaturesco torrentismo de barra, del ¡Lololo! en los campos de fútbol y del fascismo de toda la vida. Quien me diga que la derecha y el centro izquierda españoles son nacionalistas son más miopes que yo, que lo soy magno; los corsarios que saquean su propia nación no son patriotas, son traidores, bonito término que habría que recuperar para adjetivar a tanto corrupto. Y digo que la culpa es innecesaria porque los hombres de este tiempo somos consecuencia, pero no deudores, de lo que nuestros antepasados hicieran.

Me siento tan culpable del fin del imperio azteca como de la caída de la dinastía Ming. Pedir que los españoles de hoy nos disculpemos ante los indígenas de Iberoamérica me parece tan frívolo como que el ayuntamiento de Lérida exija al gobierno italiano que lo indemnice porque Escipión matase a Indíbil y crucificase a Mandonio. ¿Te imaginas que, con la que está cayendo en Siria, algún lunático demandara excusas del gobierno de Damasco, corte de los primeros califas, por Guadalete y los siglos de la España musulmana? Ni siquiera me interesa que el Papa de Roma pida perdón por los desmanes de los cruzados o las torturas de la Inquisición. Persecución de los pederastas con alzacuello y su entrega a las autoridades civiles, amén del pago de los impuestos que a la Iglesia le corresponden y promesa eterna de no meter sus santos hocicos en los asuntos del mundo y prometo ir de rodillas hasta... Bueno, ya no tengo edad para ir de rodillas a ningún sitio, pero ahí se ganaría la Iglesia Católica mi respeto. No antes.

El caso es que por no molestar a tal o cual minoría en un sistema político que prima a las mayorías, me huelo que nos estamos volviendo intelectualmente pusilánimes. Está bien pensar lo que se va a decir y practicar la tolerancia (que no implica simpatía, sino respeto), pero la prudencia no exige que gastemos más papelillo de fumar en cogérnosla con dos deditos que en canutos. La consecuencia de esa debilidad de espíritu se traduce en miedo a meterse en líos. ¡Ay, benditos líos! ¿Qué sería la vida sin ellos?

 
Dicho esto, voy a comenzar una serie de artículos sobre los verdaderos pioneros occidentales del Oeste americano, que no fueron Lewis y Clark, David Crockett o Daniel Boone, sino Cabeza de Vaca, Oñate, Ulloa o Anza, entre muchos. No llevaban winchesters ni colts ni viajaron en carromatos conestoga; portaban morrión, espada, arcabuz y viejos escudos copiados de los jinetes nazaríes. Montaban caballos que, huidos de escaramuzas y saqueos, poblaron en libertad las llanuras para que pieles rojas y cowboys se apropiaran no solo de las manadas, sino del símbolo del centauro americano, que no inventaron.

 Uno de los tópicos sobre nuestro pasado afirma que el siglo XVIII fue de pura decadencia. Cierto que las posesiones europeas de los Austrias españoles se las repartieron otras potencias tras la Guerra de Sucesión. También es verdad que la mayor extensión imperial se dio tras la anexión de Portugal por Felipe II, pero durante la vida de Yago Valtrueno, el protagonista de El viento de mis velas, España tuvo presencia en América desde Alaska hasta las Malvinas. ¿Sorprendente? Pues hay más...

Durante el primer siglo de los Borbones españoles, en las llanuras, en los desiertos y en los bosques de Norteamérica lucharon granaderos de uniformes blancos y birretinas de piel de oso; artilleros de casacas azules y sombreros de tres picos; voluntarios irlandeses verdirrojos; fusileros pardos y morenos, hijos y nietos de africanos; y, para más pintorequismo, destacamentos de dragones de cuera con lanza y adarga y exploradores de infantería ligera catalana, que se las tuvieron con bandas apaches y avanzadillas rusas. ¡Qué cantidad de historias! Y de complejos para ponerlas en papel o en píxeles.

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