viernes, 26 de mayo de 2017

DESNUDARSE NO ERA UN ARTE...

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(Esta entrada fue publicada en El viento de mis velas el 01/04/2015)


...era un ingeniería, pero de Caminos, Canales y Puertos. Hablo del siglo XVIII, naturalmente. Hace poco desentrañé en un par de artículos el idioma secreto de los abanicos y el lenguaje esotérico de los lunares postizos de aquella época, imprescindibles en el galanteo. 


Pues ahora imaginemos que nos han invitado a una soirée (un sarao, vaya) en un palacio dieciochesco y que, gracias a tales argucias, hemos caído y hemos hecho caer en las redes venéreas (de Venus, claro). Después de una ristra bien escogida de abaneos galantes y de una selección de hipnóticos pestañeos, corremos en pos de una alcoba vacía.


"Escupir en Francia"


Puerta cerrada, pestillo echado y, ¡hala!, a la faena. Y menuda faena, por cierto. Porque, si fueras el galán, habrías salido de casa con un habit à la française, un terno compuesto de casaca (justacorp), chupa (veste) y calzón (culotte). Eso indicaría tu gusto por ir a la última, o que una vez "escupiste en Francia", que es como se daba a entender en la época que habías viajado a París.


 Lo primero que volaría sería la casaca, que tiene origen castrense y etimología oriental: viene del pahlavi kazagand, una prenda de caza y lucha en la antigua Persia. Después te faltarían dedos para quitarte la chupa, con más botones que el ascensor del Empire State. No es la misma chupa de cuero que Letizia de Borbón saca de los Reales Vestidores para ir a un concierto de Vetusta Morla; ni la que se echa encima El Jobo, un camello de mi barrio fan de Los Suaves.

Esta chupa es muy antigua, ya se la metían por la cabeza los musulmanes y se llamaba gubbah. Con el tiempo la adoptaron los maestros cristianos, generalmente clérigos (dómines), y quedó como un guardapolvo que acababa lleno de lamparones. ¿Conoces la expresión ¡Chúpame dómine!? Pues olvídala; lo correcto es como chupa de dómine, que indica que te han puesto como una ídem: a caldoa caer de un burro. 
La chupa terminó siendo un chaleco militar, quizá para conservar el blanco de las camisas sin tener que lavarlas en campaña.



 Del terno a la francesa quedarían los calzones, abotonados en la cintura y sujetos con jarreteras con hebillas (o con más botones) por debajo de las corvas. En caso de extrema urgencia, mejor abrir la portañuela, que servía, como la portañola en los navíos de línea, para asomar el cañón.

¿Entiendes ahora por qué las turbas revolucionarias francesas se llamaron sans-culotte (sin calzón)? Porque mostraban con orgullo que ellos no vestían los mismos calzones que los aristócratas que arrastraban a la guillotina, sino pantalones rayados de paño basto.


Cabos por desatar


Llegados a este punto de calentón, quitarte la camisa interior sería opcional. Sobre los calzoncillos -de holanda sin son finos y de Coruña, tal cual, si son bastos-, no hay duda: ¡fuera! Si te sobrasen los maravedíes, llevarías una camisola sobre la camisa.


 Yo me la quitaría, porque la chorrera de volantes (o guirindola) que te adorna el cuello se os podría meter en la boca a cualquiera de los dos; y ya no te hablo del enredo de las puñetas y del pañizuelo que escondes en la manga, manchado de estornudos de tabaco en polvo. Nada, que la camisola también se va.

"¡Ya no nos queda !", estarás pensando. ¡Ay, alma de cántaro! Aún nos quedan los cabos, es decir, el resto del atuendo: corbata, medias, zapatos, peluca y sombrero. Si usaras corbata, o serías vintage o estarías absolutamente out, pues tal prenda se llevó mucho, pero a principios de siglo, cuando Europa era rococó. El nombre viene del francés cravate, "propio de Croacia". Y todo porque los mercenarios croatas de las guerras europeas del XVII llevaban un largo pañuelo al cuello que se puso de moda en París, que era donde todo se ponía de moda. Las medias ya las tendrías por los tobillos y los zapatos no te los quitarías porque se cierran con hebillas de plata. Dicen que en La Gaceta de Madrid aparecían anuncios diarios prometiendo gratificaciones por hebillas perdidas.



 Si fueras tan fan de las pelucas rococó como de las corbatas, la tuya sería larga y rizada, caída sobre la espalda. Pero, más avanzado el siglo, se fueron recogiendo en bucles sobre las orejas y en una trenza o coleta en la nuca. De ese modo, a las casacas se les pudo añadir un cuello, porque hasta entonces lo llevaban a la caja. En todo caso, las pelucas siempre ocultaban una redecilla nada aparente. Y oye, es que era quitártela y empezar a rascarte como un macaco de Gibraltar, que ya eran macacos ingleses. 

El picor se debía, más que nada, a que recuperabas  el riego y la ventilación del cuero cabelludo. No, no vayas a creer que los piojos tenían algo que ver, descuida: esos iban en la peluca, junto con el polvo de arroz para blanquearla y el Agua Admirable de Colonia para que no apestase.

Por el sombrero no hay que preocuparse, pues se lo entregaste al mayordomo, o a algún criado, en la puerta. Aunque, tal y como está el servicio, no te extrañe que lo hayan extraviado entre la ingente cantidad de tricornios de los invitados. Aún falta más de un siglo para que un compositor español, Manuel de Falla, le dedique un ballet a esa prenda: El sombrero de tres picos, el mismo que ha sido bautizado como candilón, por parecerse a un candil de aceite.



 Petimetres

Si tú, ¡oh, tú!, galán de mis entretelas, Petronio ilustrado, fueses, a mayores, uno de esos jovenzuelos enamorados de la moda juvenil, o petimetre, tendrías cuidado de que, al desembarazarte de la chupa, no sufrieran daño los dos relojes de cadena que has de llevar en las faltriqueras; o la tabaquera de plata y marfil; o el mondadientes de metal noble; y los innumerables dijes que te colgarán de calabrotes dorados, amén de esclavas y solitarios.

¡Vaya!, se nos acaba el espacio y la dama aún está vestida. Pues nada, semental, tendrás que contenerte hasta la semana que viene, si es que puedes. ¡Eh!, ¿Qué haces con el espadín de gala! ¿Qué te crees, que soy una aceituna? ¡Anda, déjalo, no te vayas a pinchar, botarate!

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