NO LLEVES JERSEY
DONDE USES PANAMÁ
Salvo que seas Sean Connery, claro, que solo suda whisky de malta de treinta años y se lo bebe sin hielo. Los demás, los pobres mortales, si nos ponemos un jersey en Panamá, lo mínimo que podemos esperar es una urticaria.
La verdad es que así le ponían las bolas a Felipe II... No, no digo Isabel de la Pérfida Albión, ni los calvinistas holandeses, ni el piratón de Drake, ni los corsarios berberiscos, que se las hinchaban cada dos por tres. Hablo de las bolas fáciles que le dejaban al Austria sus cortesanos en la mesa de trucos, bisabuela del moderno billar. A mí, que no soy rey más que en casa de mamá, la actualidad me lo ha puesto en bandeja para contarte otra historia de las pequeñas cosas de la Historia. Porque hoy pienso hablarte de dos prendas antípodas y, sin embargo, tan cercanas entre sí: el panamá tropical y el jersey boreal.
Y mientras lo pienso, déjame contarte que el panamá es un sombrero originario de... ¿de dónde va a ser? ¡De Panamá!... ¡Eeeeeeerror! El jipijapa, uno de sus nombres originales, es un tocado típico de Ecuador que se fabrica con las hojas de la palmera toquilla (Carludovica palmata). De ahí, sombrero de paja-toquilla, aunque también es conocido por montecristi, el cantón ecuatoriano donde se fabrican los más finos de tales complementos.
Vaya, ¿y de dónde sale la metonimia? Esa también me la sé: viene del Canal de Panamá, que empezó a cavar Ferdinand de Lesseps en 1881; Lesseps es el mismo que abrió el de Suez. Para proteger del sol inclemente a los obreros del colosal tajo, fueron importados miles de jipijapas. Lesseps tuvo que abandonar la obra, pero su segundo, Philippe-Jean Bunau-Varilla, ofreció el proyecto a los Estados Unidos, que aceptaron a cambio de la independencia de Panamá, territorio colombiano por entonces. El 3 de noviembre de 1903, Panamá cambió su dependencia de Bogotá por la de Washington. Once años después, el 15 de agosto de 1914, se inauguró el canal interoceánico y Theodoro Roosevelt, cubierto con un jipijapa, hizo un tremendo favor a los fabricantes ecuatorianos de toquillas dejándose fotografiar con su metonimia indumentaria.
En el siglo XVI, sus habitantes obtuvieron licencia para importar lana merina inglesa con la que tejieron reputadas prendas de punto. Reputadas entre las gentes del común, claro, pues los nobles no las tocarían ni con la punta de la espada: era ropa de pescadores, marineros, campesinos y "demás chusma". Para proteger a sus maridos e hijos del frío del océano, las mujeres de las islas del Canal hilaban la lana con estambre y creaban así una malla impermeable y duradera. El mismo Lord Nelson confió en los guernseys para uniformar a su marinería y, así, el jersey se benefició de la fama de los éxitos navales de la Gran Bretaña. El catálogo de símbolos de un jersey clásico tiene mucho que ver con el mar:
-el canalé de los puños es la escala del barco,
-las costuras encadenadas del cuello son cabos,
-las cenefas de punto derecho-derecho en los hombros son las olas del mar.
Hoy es posible ver a la familia real británica con sus guernseys de lana, verdaderos estandartes de las dinastías y las naciones, como bien hemos comprobado estos días al observar como los caudales que deberían estar en las arcas de todos se acogen a las banderas de conveniencia, a los pabellones corsarios de Panamá y Jersey.
Y hasta aquí esta -istoria sobre dos prendas que, cada una en su lugar, sirven para proteger lo que no se quiere mostrar a la luz del sol ni orear a los aires limpios del océano. Dos metonimias de los oscuros manejos del Poder.
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