domingo, 28 de febrero de 2016


SIRIA SANGRA HACE 3.000 AÑOS






La semana pasada se acordó un tregua en Siria tras cinco años de guerra, que ya no es civil, sino otro conflicto de una Tercera Guerra Mundial negada pero retransmitida. Ahora, la ONU anuncia conversaciones de paz... ¿Y qué pinta una noticia de esa magnitud en un blog que se ocupa de la Historia pequeña? Pues que esa tregua y el sempiterno papelón de la ONU son como una tirita para una herida que sangra desde hace tres milenios. Un remedio ínfimo que bien merece un lugar en -istoria sin H. Prepárate para entender que las naciones, como los seres humanos, parecen tener, al modo de los griegos, un fatum que convierte su Historia en la condena de Sísifo.


Gran Siria, o País de Sham, es el nombre de la región histórica que hoy abarca los estados de Siria, Líbano, Jordania, Israel y los territorios palestinos y una parte de Turquía. Bajo Roma ostentó la categoría de provincia y sufrió la condición de perenne campo de batalla y frontera hostil contra partos y persas, hasta que el Islam acabó con unos y otros y se buscó sus propios y eternos enemigos. Desde entonces –siglo VII– esa parte del mundo es la repetición de una constante cruzada, combatida primero con cotas de malla y almajeneques y ahora con chalecos de kevlar y drones. Imperio tras imperio, siglo a siglo, Siria no ha dejado de sangrar en tres mil años.

Fue en territorio sirio donde los herreros forjaron, por primera vez, espadas y lanzas de bronce; pero también donde sus escribas dibujaron en barro, antes que nadie, los signos incipientes que dieron forma al pensamiento humano.


Una de las primeras batallas documentadas de la Historia tuvo lugar a veinticuatro kilómetros de Homs, sitiada y hoy arrasada por una guerra civil que ya ha costado la vida a trescientas mil personas: los hititas de Muawattalis y los egipcios de Ramsés II cruzaron sus armas de bronce en los llanos de Qadesh (1274 a. C.).



Ambos imperios firmaron también el primer tratado de paz del que se tiene memoria, en el año 1259 a. C. Fue tallado en tablas de arcilla; la versión hitita se expone en el Museo de Arqueología de Estambul y una copia fue donada a la sede de la ONU en Manhattan. Aquel tratado y esta organización parecen ser hoy igual de útiles en todo lo que se refiere a Oriente Medio.



Alejandro de Macedonia, vencedor sobre Dario de Persia, volvió sobre sus pasos y sometió la franja costera siria. Tiro, la hasta entonces inexpugnable ciudad fenicia, sirvió de cruel escarmiento y de aviso a sus vecinos israelitas. Tres siglos más tarde, en el 70 d. C., Tito, hijo y sucesor de Vespasiano, arrasa Jerusalén y destruye el templo, empujando a los judíos a su segunda diáspora; la primera tuvo su origen en la conquista babilónica del reino de Judá.

La Siria romana fue testigo de la humillante derrota de Craso, el plutócrata que venció a Espartaco y que compartió triunvirato con Pompeyo y César, ejemplo de general vanidoso y rapaz de la belicosa y triunfante República, de la que, en cierto modo, Washington se siente heredera. Los arqueros y jinetes acorazados –catafractos– del imperio parto exterminaron a siete legiones, casi cuarenta mil hombres, en Carras, hoy Harrán, en la frontera sirio-turca. Allí mismo nace la leyenda de los legionarios prisioneros que acabaron defendiendo la frontera entre Partia y China.


Craso fue apresado y torturado: los vencedores le obligaron a tragar oro fundido; luego le cortaron la cabeza y se la enviaron a su rey, Orodes II. La codicia y avaricia del triunviro, auténticas emperadoras de nuestro presente, fueron las excusas para tal suplicio.

Al llegar los césares, Roma cambió de adversario. Los persas sasánidas humillaron al imperio de un modo inédito: por primera vez, un emperador romano, Valeriano, fue capturado en campaña; sucedió en la antigua Edesa, actual Urfa, en Turquía. Su pellejo colgó como trofeo en el salón del trono de los shahanshah, los reyes de reyes persas.

En Siria murió la Antigüedad y nació la Edad Media; marcaron el cambio los generales musulmanes que derrotaron a las tropas del aún Imperio Romano de Oriente junto al río Yarmuk, el mayor afluente del Jordán.


Entrado el Medievo, los caballeros de la Primera Cruzada arrasan Antioquía y conquistan la ciudad siria de Maarat, donde protagonizan un espantoso episodio de canibalismo, recordado por Amin Maalouf en su ensayo Las cruzadas vista por los árabes. Los llamados francos bajan por Beirut, Jaffa, Ramala y Belén para acabar sitiando la ciudad de las Tres Religiones: Jerusalén. La matanza fue tal que las crónicas juran que, en las calles, los cadáveres de musulmanes y judíos flotaban en sangre.


Aquellos mismos cruzados levantaron una red de fortalezas de la que el Crac de los Caballeros –destruido Patrimonio de la Humanidad– es hoy testigo. Después vinieron los mongoles de Tamerlán, el arquitecto de pirámides de cráneos, y los turcos otomanos, que volvieron a regar con sangre aquellas tierras.

La Gran Siria llegó a su final cuando, en la Primera Guerra Mundial, Lawrence de Arabia llevó a las tribus beduinas hasta Damasco, acabando así con cuatro siglos de dominio turco.

Pero Gran Bretaña y Francia, gracias al acuerdo Sykes-Picot (1916), convirtieron el sueño panárabe en pesadilla. Londres y París se repartieron el territorio otomano tal y como hoy se lo meriendan las corporaciones globales. El remate vino con la refundación de Israel, cancerbero occidental de Oriente Medio. De la mano del sionismo, la guerra volvió a los campos de batalla del milenario País de Sham. 

Propaganda aparte (democracia, dignidad, humanidad y sonsonetes de ese jaez), parecen ser los dioses los que aún combaten en Siria. Cuando los católicos y los protestantes de Occidente califican al Islam como Eje del Mal; cuando los aviones de la ortodoxa Madre Rusia bombardean Siria; cuando desde los alminares se llama al Yihad contra los infieles satánicos; cuando suníes y chiíes se acribillan en nombre del mismo dios; cuando Israel legitima su existencia con el Antiguo Testamento en la mano, y cuando el dólar confía en Dios -In God we trust–, no nos queda más remedio que pedir que alguno de ellos nos ampare. O que nos dejen en paz de una vez. Porque ni la razón ni la ONU -¡menudo paripé, vaya astracanada!- lo harán.


Puedes leer la entrada anterior de este blog aquí:

10 comentarios:

  1. Que nos dejen en paz y que los dejen en paz. Maravillosa entrada que me conmueve más de lo habitual. Conocí Siria mucho antes de que esta última andanada irracional hiciera incursión en sus tierras. País maravilloso, con un patrimonio cultural impresionante, con unas gentes hospitalarias y maravillosas, siempre con la sonrisa en la boca.
    Desgraciadamente todo eso ya pasó y tendrán que pasar muchísimas generaciones para que, por lo menos y como poco, se pueda alcanzar un mínimo bienestar para la población.
    Imagino que a pocos se nos ocurre pensar en el sufrimiento del día a día de ancianos, personas con discapacidades, enfermos mentales... Ese sufrimiento no tiene justificación ni precio. Nadie puede esgrimir ningún orden religioso, moral, económico, cultural, o lo que sea, si está por encima de los derechos humanos.
    Una sinrazón sin fin.
    Gracias, Picos Freire. Tú siempre lúcido. Un beso.

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    1. Es una tristeza que vive en nuestros genes: esa es la tierra, o casi, del Paraíso, del estreno de nuestra cultura, con tantos arquetipos que nacieron allí, es Historia tan nuestra como de ellos... Claro que nos toca, y mucho. Y más si la has conocido, como es tu caso.
      Gracias por tu comentario, Elisenda. Un beso.

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  2. Maravilloso artículo. La historia de este país clave en el mundo islámico se repite siglo tras siglo. No sé cómo acabará toda esta locura.
    Gracias por el magnífico relato.

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    1. Es como una maldición bíblica, la verdad. Gracias por tu comentario, Teresa.

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  3. Envidio a Elisenda por haber conocido esos países. A mí no me dio tiempo. Me atrae mucho la cultura musulmana. Hace muchos años que me metí en su literatura y durante un tiempo leí mucho y estudié su arte (pero entonces no podía viajar).
    Allí nació la civilización y allí podría terminar o quizás ya ha terminado para ellos. Es indignante y muy triste lo que les (nos) sucede, de lo que estoy segura es de que la ONU, Occidente, los intereses capitalistas y culturales... etc no son ajenos al conflicto. El hecho es que el terror se ha desatado y están condenados como dices, Jose Juan. Si se liberan de los dictadores, caen en los radicales y... mejor se hubieran quedado con los dictadores. Hablo de Egipto, Libia y demás. Siria aún no sabemos con qué se va a quedar, pero me temo lo peor.
    Una entrada muy buena.
    Un abrazo.

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    1. Sí, es verdad lo que dices: salen de Guatemala para caer en Guatepeor. Y cada imperio occidental que ha habido ha metido la zarpa allí con toda impunidad.
      Muchas gracias, Rosa, un abrazo.

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  4. Gracias por resumir tantos años de historia de forma amena. Un saludo.

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  5. Espléndida narración de la historia de este país, actualmente llamado Siria que en tiempos remotos se conocía como País de Sham y que gracias a la documentación que nos aportas queda evidente su terrible periplo bélico y desolador, determinado por las ambiciones políticas y estratégicas, al ser un país con salida al mar, que sus vecinos, tanto judíos como árabes se ha disputado a lo largo del tiempo y que hoy contemplamos atónitos e impotentes, como las grandes potencias mundiales se lo disputan por su afán imperialista y colonizador.

    Gracias por tener en cuenta el destino trágico de un país rehén entre varios estados que se los disputan ente si.
    Un abrazo

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    1. Su salida comercial al mar fue una de las causas de tanto sufrimiento, a la vez que de su riqueza. Y sí, lo que provoca todo ese dolor es impotencia.
      Un abrazo para ti también.

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